Por: Carlos Enrique Paternina Contreras
Quizás una de
las particularidades que tenemos los sucreños es sentirnos orgullosos de
nuestro legado ancestral, por ello portamos felices un sombrero vueltiao,
guapirreamos al sonar de un porro, sin embargo, desconocemos la dimensión
cosmogónica que nos heredaron los zenúes, esta gran población indígena que
logro extenderse geográficamente por los departamentos de Sucre, Córdoba,
Bolívar y Antioquia, manteniendo relaciones económicas en 103 asentamientos
distribuidos en tres señoríos: Zenufana localizada en lo que hoy en día es
Zaragoza y las riberas de los valles del Bajo Cauca hasta las sabanas de
Aburra, era el principal y más importante territorio gracias a la producción de
oro, además de albergar la sede de Poder; Finzenú que comprendía el valle del Sinú,
las Sabanas de Sucre y Bolívar llegando hasta la serranía de San Jacinto, en
este señorío se ubicaron los principales centros ceremoniales; Panzenú que se
extendió sobre el valle del San Jorge hasta inmediaciones del Río Magdalena,
quienes se dedicaban principalmente a la producción agrícola, artesanal, así
como a actividades de pesca y cacería.
El poder estaba
claramente jerarquizado, en cabeza de un cacique mayor que regía Zenufana y
unos cacicazgos menores en los dos señoríos, provincias o subregiones, Finzenú
siempre era gobernado por una mujer entre quienes figura la Cacica Toto, quien
mantenía una gran importancia político-religiosa, en sus dominios eran
sepultados los dirigentes más relevantes de los zenúes. La propiedad de la
tierra estaba concebida de manera colectiva, creando lazos de hermandan, de
apoyo en el desarrollo de las distintas actividades socioeconómicas, las cuales
giraban en torno al intercambio comercial de los excedentes agrícolas, orfebres
y de tejidos.
Quizás el
desconocimiento nos ha llevado a creer que la principal muestra de valor era la
producción de pequeñas artesanías producto del tejido de la caña flecha, como
famosos sombreros que hoy son emblema nacional, es importante resaltar la
explotación de importantes yacimientos de oro en los ríos Sinú, San Jorge y
Nechí, que permitieron la fabricación de hermosas piezas, así como de joyas e
incluso de enormes figuras de madera enchapadas en finas láminas de oro que
según se relata, adornaban los centros ceremoniales dedicados a las deidades, a
las aves, felinos y animales acuáticos, la filigrana aun es hoy desarrollada en
Mompox, goza de un reconocimiento especial en quienes saben el valor de la
técnica de la cera perdida, que consiste en realizar un molde en cera de abeja,
como procedimiento escultórico tal como lo hacían los sumerios, indios y
chinos. La orfebrería también denoto en importantes piezas dedicadas
principalmente a la mujer, a su fertilidad e importancia como líder espiritual
del mundo zenú. Cabe resaltar que muchas de las expediciones españolas eran
dirigidas a la búsqueda de estas piezas, las cuales eran enterradas junto a sus
dueños, la calidad y la cantidad de oro se volvió leyenda, como la expedición
que esperaba emprender Juan de Vadillo para hacerse con el tesoro de “Dabeiba”.
La yuca y el
maíz eran los cultivos de mayor importancia, de la yuca llegaron a producir y
preparar distintos alimentos como el cazabe, el bollo, enyucado, panderos,
caribañolas; el maíz no solo como alimento, también era aprovechado para la
producción de chicha, mazamorras y junto a la batata en la fabricación de
chicha de masato; el plátano, ñame, ahuyama, batata, frijol, guineo, ajonjolí
acompañaron la dieta de los zenúes así como los productos derivados de la
leche: el queso, el suero, la mantequilla; el tabaco, la yerbasanta, toronjil,
ajonjolí, mata-ratón por su gran poder curativo eran sembrados cerca de las
viviendas y en las orillas de los arroyos, siempre era bueno tenerlos a mano en
caso de requerirse, pues de su uso podía depender la vida; la caña flecha de la
cual extraían las fibras de la hoja para elaborar los sombreros vueltiaos,
también usada en la construcción de las viviendas.
Destaca la
capacidad ingenieril lograda en el desarrollo de grandes obras hidráulicas como
los sistemas de canales de riego, de los cuales aún hay vestigios en la gran
mojana, que llegaron a cubrir una extensión de 600.000 hectáreas entre los ríos San Jorge, Cauca y
Magdalena, que les permitían controlar el régimen de inundaciones, conduciendo
el excedente de sus aguas a sus salidas naturales, aprovechando el sedimento y
tejiendo una gran red de comunicaciones fluviales, por algo aun siguen firmes y
arraigados en estos pueblos con toda una tradición anfibia, expresada también
en celebres personajes mitológicos como el hombre hicotea y el hombre caimán
cuyas patas, cola, garganta y colmillos apuntan a poblaciones zenúes.
También siguen
presentes algunos personajes de mitos y leyendas como los chimpines o duendes
de los arroyos, mohanes y mohanas, los encantos y la famosa Marquesita: cuyas
riquezas y poder derivaron en la creación del rio Carate; el Mocán del Corcovao
de Tofeme: capaz de desatar tempestades cuando la ira se apoderaba de él,
haciendo de susto correr a los indígenas, los cuales se refugiaban en una isla
flotante del río San Jorge; la serpiente Torcorá, la bruja que ronda la ciénaga
de la Sierpe y que pierde a todo el que la ve;
o el famoso fantasma de Juan Lara que va de pueblo en pueblo enamorando
muchachas; toda una riqueza que ha sobrevivido en los relatos referidos de
generación en generación.
La lengua nativa
que se hablaba era la guajiba o guamacó, la cual desapareció tras la
prohibición de las lenguas indígenas en 1770, sin embargo algunas palabras
siguen hoy presente, aferradas a nuestra cotidianidad, sobre todo las referidas
a la flora y fauna: Raicilla, bocachico, moncholo, guartinaja, nigua, mapaná,
ñeque, hicotea; en objetos como la hamaca, atarraya, guayuco, cabuya, maraca,
chócoro, catabre, moruno, ñango; o en
nombres de algunos pueblos que fueron tomados de los señores o caciques: Momil,
Yapel (Ayapel), Chenú (Chinú), Chocho, Nutibara.
En cuanto a los
ritos voy a referirme a uno en particular que hace poco se volvió tendencia en
redes sociales, la ceremonia de “cargamento e´ casa”, la cual se da cuando una
nueva familia ha mandado a fabricar su vivienda, la cual debe ser trasladada
desde el lugar de elaboración hasta el terreno donde será emplazada, la
comunidad es convocada para acompañar a la familia tanto en las actividades
previas como lo es la preparación de comida y bebida, así tambien en la
ceremonia del cargamento, para inaugurar esta nueva etapa de vida; la música,
el baile y el jolgorio al son del pito atravesao, el tambor, las maracas, el
guache y la caja bajo el influjo de la chicha de maíz llevada en calabazos,
todo un ambiente jaracoso (jocoso, juguetón y fiestero) trenzando las
relaciones sociales, la risa y la alegría se expresa en la solidaridad y se
termina manifestando en el guapirreó, en el que remembra una historia o
anécdota con improvisadas decimas.
Deleitar un buen
plato de yuca con queso, ajonjolí sin que falte el suero atolla-buey, “sentao”
en el taburete recostado al horcón de la casa vernácula, que recoge la
sabiduría, tradición y cosmogonía de nuestros ancestros que lastimosamente se
ha ido perdiendo, hoy muchos las ven como muestra de pobreza, de abandono o de
atraso, tomando cada vez más auge la recontextualización bajo el supuesto
desarrollo, falta desde la institucionalidad una mayor preservación y difusión
de nuestra cultura y de todas las formas de expresión que sigue allí presentes,
esperando ser valorada en la eterna construcción de nuestros territorios.
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